-->

lunes, 1 de julio de 2013

Capítulo Segundo.

“Perséfone”.
Mi mente se remonta a horas atrás, cuando ella leyó mi mensaje. Hacía tanto tiempo que no la escuchaba hablar con tanta seguridad. Con una voz tan nítida, casi apasionadamente.
Evoco sus ojos, muy abiertos, limpios y puros de un azul cristalino.
Finalmente, llego a la puerta que estaba buscando y me adentro a mi estancia. A mi gran salón, y entonces, un sentimiento nuevo aflora en mí. Mi mente se detiene en seco, ¿Nuevo?...y recapacito; no, es algo que hace mucho tiempo estuvo conmigo, pero que yo creía extinto y olvidado.
Aún con la poca iluminación, conozco bien el lugar al que me dirijo, y pese a la gran cantidad de estantes con libros, sé dónde está el que estoy buscando.
Pese a hacer tanto tiempo que no me dirijo hacia allí, el recorrido me es tan familiar como si lo hubiese hecho esta misma mañana.
Mi mente me traiciona y vuelvo a escuchar su voz; su dulce y melodiosa voz, que cada vez se torna más apagada. Trato de retenerla, pero finalmente, se escapa. Dejando sólo vacío en mi interior.
Algo me invade. Necesito conservarla. Necesito volver a escucharla. Volver a descubrir todos los matices de su timbre. Cada uno acorde a su estado de ánimo. Como ya hacía por aquel entonces.
Tras un silencioso paseo, por fin llego al estante deseado. Me sitúo justo en su zona central y tomo en mis manos un libro pesado y antiguo. Sus verdosas tapas ya arrugadas le dan un aspecto más señorial. Suspiro, y lo abro de manera azarosa.
Noto como mi rostro tiembla y cierro el libro de golpe. Medito si estoy preparado para ello. “Necesito escucharla otra vez”. No lo dudo entonces ni un instante más.
Camino con paso firme hasta la luz que el fuego de la chimenea irradia en la habitación y me siento cerca del mismo.
Una vez allí, tomo aire, y vuelvo a abrir el libro. Noto como un escalofrío recorre todo mi interior. Comienza a hacer frío en la estancia, todo da vueltas. Aunque la habitación sigue siendo la misma, el ambiente ha cambiado.
Mi mente se remonta tiempo atrás, a un abismo de frío. Donde todo era blanco, donde ni una mota de color bañaba el paisaje. Los árboles, al borde de la muerte, desnudos y demacrados eran cubiertos por una película blanca de nieve que caía sin descanso.  No existía la tierra, no existía el verde. Todo era frío.
Mi propio corazón se hiela al recordarlo. Fue allí. El principio del fin. El origen de todo. Sé que quiero salir de mi terrible ensoñación; pero algo me retiene. Vislumbro un camino de hielo y, voy siguiendo su sinuosa senda. Pese a saber que no va a romperse, pues sólo es una ilusión; si mi cuerpo no toma conciencia de ello y me sobresalta un feroz miedo.
Finalmente, la veo.
Allí está, danzando, dando brincos y vueltas, con su cobriza melena ondeando con el viento, como si tuviese vida propia. Pese a ir descalza, no parece notar el frío.
Baila, ríe y llora. Sus mejillas están más sonrosadas que nunca, y los copos de nieve caen  sobre ella y a su alrededor; su cabello queda bañado por motas blancas que no llegan a cuajar.
Su vestido, tan blanco como el paisaje, comienza a teñirse de  un leve tono rojizo. Todo yo se sobresalta y trata de avisarla, pero ella no parece sufrir; sigue bailando, sin importarle nada.
Tras de sí veo un ramo de rosas blancas caídas. Suspiro, todo es tan blanco, todo es tan puro, tan inmaculado como su propia alma….Y sin embargo, su ser no deja de sangrar, haciendo que sus prendas cambien poco a poco su color.
Entonces, me ve, me sonríe y me invita a danzar junto a ella. Me inunda una fortuita  felicidad, y juntos, de la mano, nos adentramos en un vals al son de la música que ella misma entona con su hermosa voz más nítida que nunca. Deseo detenerme en ese instante y poder absorber cada uno de sus hermosos gestos. Cada sensación. Deseo por encima de todo que perdure esa felicidad.
Sin embargo, sé que poco tiempo más durará. Mi mente se contraria.
Es entonces cuando el cielo cambia, y se oscurece. Comienzo a sentir verdadero pavor. Mi razón trata de huir. Pero, una vez más, sé que debo quedarme observando como su rostro pasa de la felicidad al horror.
Una vez más, debo revivir ese momento.
Ella trata de gritar mi nombre, trata de decirme algo, pero la sangre no deja de brotar. En torno a ella se crea un temible baño bermellón.
Con su mano alcanza mi mejilla y trata de atrapar una de mis lágrimas que se congelan en el acto; porque yo soy puro frío y ella es puro calor.
Ella lo sabe, jamás podremos estar juntos. Quizás yo también lo sabía, pero nos dimos cuenta demasiado tarde.
Tomo su rostro entre mis manos y le digo que todo saldrá bien. Mi mente se maldice por ello.
Ella alza sus ojos y me mira fijamente. Esa será la última vez que la vea observarme, y tras ese momento tan nuestro, tan sólo, cae.
Cae en un sueño profundo que se la lleva lejos. Muy lejos. Lejos de la tierra; lejos de la vida y lejos de mí.
La estrecho entre mis brazos. Mientras mi alma se parte en mil pedazos y mi corazón no cesa en su llanto.
Todo comienza a oscurecerse, y las formas van volviéndose borrosas hasta que finalmente, la habitación  vuelve a ser nítida.

Cierro el libro de golpe tirándolo a un lado y me desmorono en mi asiento una vez más.

domingo, 26 de mayo de 2013

Capítulo Primero.

Me remuevo impaciente desde mi oscuro rincón y noto como la pesadumbre invade mi rostro. Estoy intranquilo, nervioso; como no lo estaba desde hace mucho tiempo. No dejo de pensar en cómo han cambiado las cosas. En cómo he cambiado yo y en cómo ha cambiado ella. En cómo ella me ha cambiado.
La observo atentamente desde las sombras, desde mi tenebroso pesar. Analizo cada uno de los pequeños cambios que se generan en su dulce y pacífico rostro que reposa tranquilo. Toda ella se acompasa en un parsimonioso bienestar, no hay nada que parezca interrumpir su serenidad; es como una estatua marmórea que sólo muestra sosiego.
Un mechón oscuro de mi cabello cae sobre mi frente, lo aparto impacientemente y vuelvo a posar mi vista en ella.
Está tumbada en la cama, con su larga melena cobriza extendida sobre las sábanas blancas y el cabezal bermellón.
 Sin duda, para mí no existe nada más bello que ella, es el más vivo retrato de la perfección humana, con sus facciones definidas y su perfil pulcro y detallado. Una muñeca delicada de porcelana a mi merced.
Niego con la cabeza y cierro los ojos hasta tranquilizarme.
La miro desde mi secreto rincón y ansío tocarla. Ansío poder despertarla y acariciarla. Suspiro. Ella es mi mayor obra. Ella me pertenece. Ahora ya es sólo mía.
Repentinamente, su rostro cambia; se contrae y se crispa. Se despierta súbitamente, como si hubiese tenido un mal sueño e inmediatamente después se incorpora.
¿Qué le habrá ocurrido? Mis deseos de acercarme a ella aumentan y anhelo consolarla; se ve tan contrariada, tan asustada, tan indefensa…
Río con aspereza desde mi rincón. Ella, imagen de la ingenuidad, no es consciente de la fuerza que posee ni del poder que ejerce. No lo es ahora y tampoco lo fue hace mucho tiempo.
Mis ojos se deslizan por su cuerpo tembloroso     que trata de tranquilizarse. Tras analizar un rato la estancia, y concluir que sólo ha sido un mal sueño, se levanta. Sus carnosos labios entreabiertos buscan desesperadamente un remedio para calmar su sed y, con sigilosa velocidad, se aproxima a la mesilla de noche que se encuentra a su lado donde hay un cuenco con agua.  Controlada por sus necesidades físicas, toma un sorbo y una gota cae por su rostro. Desciende hasta su cuello y dibuja la línea de su contorno.
Y entonces, las sustancias de mi cuerpo se disparan. Deseo. Desesperación. Trato de controlarlos. “La mente domina al cuerpo”, me digo. Pienso en el pasado, y en mi manera de dejar los deseos atrás.
La miro; ella es mía. Surge en mí una lucha interna. Un debate. Mente y cuerpo. Sin duda, tengo mis necesidades físicas; pero hace mucho que las dejé atrás. Así debe ser.
Me calmo.
Cuando mi ser se recompone, vuelvo a mirarla. Está de pie, deambulando por su habitación.  Se acerca a la estantería con libros, todos ellos perfectamente seleccionados para ella, y encuentra mi sobre. Mi mensaje para ella.
Llevo mucho tiempo esperando el momento preciso para dárselo,  y el momento es ahora. Mis nervios están a flor de piel y mi mente imagina todas las posibles posibilidades que pueden generarse.
Ella no deja de mirar el sobre, como hechizada. Curiosa, con un brillo pícaro en sus ojos, extiende sus brazos rosados, y toma mi carta. Dentro sólo se encuentra una palabra, un nombre; insignificante en sí mismo, pero con un gran poder en su interior. Ella aún está por descubrirlo. No sé si cambiará algo al conocerlo, pero no debo perder la esperanza. Mi mente me recuerda que esto podría salir mal y siento como mi corazón se quiebra.
Por fin, mira en el interior del sobre y sacar un trozo de papel. Sus ojos se abren sorprendidos y sus labios pronuncian el nombre de su interior,  “Perséfone”, con una voz tan cristalina y tan exaltada que ella misma se sorprende.
Asiente entendiéndolo; comprendiendo el poder de ese nombre. El poder de su nombre.
Ella, mi Perséfone. Mi obra maestra ¿Habrá cambiado ahora que lo conoce?
Se queda plantada frente a la estantería. Aún conmocionada por su descubrimiento. Creo que intenta comprender, medita pausadamente; como si intentase recordar. Siento impulsos de pararla, pero no debo salir de mi secreta oscuridad.
Entonces, sus piernas tiemblan y su rostro hace una mueca de dolor. El bloqueo. Lo he observado tantas veces en ella que conozco cada uno de los pequeños gestos que muestra todo su cuerpo. Deseo ayudarla, pero me recuerdo las consecuencias que tendría ir en su auxilio.
Sin embargo, para mí sorpresa, algo nuevo ocurre, un cambio surge en ella. Su dolor cesa y un gesto lejano aparece en su rostro. ¿Podrá ser eso un pequeño amago de sonrisa?...Una sonrisa, como las de antes, como cuando todo se originó.
Aun sin quererlo, mi mente se abstrae a otro tiempo, a otro lugar, cuando el mundo era joven y nosotros no éramos más que dos almas despreocupadas que no conocían los peligros de excederse y adentrarse en los abismos subterráneos de la mente. Involuntariamente, me traslado muchos períodos atrás…
Y la veo, la veo en aquel prado, como la primera vez que nos encontramos. Está junto con otras muchachas, pero ninguna irradia tanta belleza como ella.  Está tumbada en campo, con hierbas a su alrededor tan verdes que hace que su larga melena, inundada en flores, parezca fuego.
Su piel nívea, contrasta con sus rosadas mejillas llenas de pecas, y su rostro redondeado, con los últimos resquicios de su niñez aún presentes, ríe sin cesar. Sus amigas, las otras, la tratan como si de una diosa se tratase; no sin razón, pues ellas no pueden competir contra mi dulce Perséfone.
Recuerdo como la vi, por primera vez e igual que ahora, e igual que siempre, yo la observaba desde la lejanía; desde mi oscuro rincón; sin atreverme a invadir su plácida tranquilidad.
Mi mente lo evoca tan vívido que casi duele; y, sin darme cuenta, vuelvo a trasladarme al prado, donde ella me esperaba, sin que yo pudiese, siquiera, imaginarlo. Y todo sigue como en aquel tiempo, ella que a veces salta y otras brinca con su cabellera al viento y sus pasos de ninfa, libre, sin preocupaciones, siendo una con el bosque. A veces sobre un árbol y otras cerca del lago donde su vestido veraniego tantas veces se vio lleno de agua por el deseo de una joven que no tenía suficiente con lo que la tierra podía aportarle.
Ya por aquel entonces, ella quería dejar de lado la superficie y viajar donde nadie nunca había ido; hasta los confines del mundo, donde sólo imperan las pasiones; donde un muerto en vida consigue encontrar su alma y donde los vivos no podían llegar sin antes haber muerto. Ella, que siempre llevó la muerte tras de sí, hizo de mí el único ser que podía comprender sus deseos. Puede que al principio sólo me necesitase para sobrevivir, y puede que yo sólo la quisiese porque ella daba fulgor a mi mundo de putrefacción… pero eso es otra historia y, por hoy, ya he tenido suficiente.

Aún me angustia recordar, pero, teniendo esa pequeña sonrisa, esa pequeña pincelada de dicha, aún hay esperanza de que ella logre iluminar mi vida; como tiempo atrás ocurrió. Casi noto como mis propios labios se curvan. Me aparto el pelo de la cara, doy media vuelta y comienzo a avanzar por el largo pasillo de paredes blancas hasta mi lóbrega morada, hasta hallar un reposo temporal a la ambición que corroe mi existencia. 

domingo, 19 de mayo de 2013

-Premio: Miénteme con verdad

¡Qué ilusión! 
Estoy muy emocionada porque Shenia, a través de su magnífico blog El bosque Ilusorio (que se lo recomiendo a todo el mundo porque es una auténtica maravilla) me ha nominado a este premio.
Muchísimas gracias a todos porque aunque este blog sólo está empezando me alegran mucho los comentarios de tanta gente para que siga ^^ 

El premio en sí, llamado Miénteme con verdad, consiste en decir cinco mentiras que digamos habitualmente y responder a una serie de preguntas para, por último, nominar a cinco blogs que también se merezcan este premio. Así que allá vamos :

Mis cinco mentiras:
-Eres idiota y te odio.
-Estoy bien, no me pasa nada.
-Mañana empiezo a estudiar.
-Sí, mamá, ahora lo hago.
- Sólo 5 minutillos más...

Estas son mis cinco mentiras más usadas; es verdad que muchas son algo tópicas pero, quitando alguna mentirijilla dicha sin maldad en un momento determinado, no tengo otras.

Ahora, ¡A responder a las preguntas! :

  • ¿Cine o DVD? 
La verdad es que como preferir prefiero el cine. La emoción de ver la película que esperas en una pantalla grande, con una sala específicamente ambientada para ello y tener que esperar los meses que haga falta para poder verla; esa emoción, no me la quita nadie. Te sientes prácticamente como si no hubiese nada más y si realmente la película me interesa mucho, sin duda, la veo en el cine.
El problema, claro está, es el presupuesto, y en los tiempos en los que estamos, si hay algo que está caro es, por desgracia, la cultura.
Así que por norma general, las películas suelo verlas en DVD, que aunque no conlleven ese tipo de emociones internas, te permite disfrutar de las películas y de su magia tantas veces como quieras.

  • ¿Chocolate negro o chocolate blanco?
Esta pregunta me es muy fácil de responder; no me gusta el chocolate blanco demasiado porque me sabe muy dulzón y a poco cacao.
Y sin embargo, el chocolate negro me encanta, en todas sus variedades, hasta el punto que me considero una adicta y, cuanto más amargo, mejor.


  • ¿Caramelos o golosinas?
La verdad es que más bien ninguna de las dos porque no tomo ninguna de las dos. Pero si tuviese que elegir, diría que más bien golosinas.

  • ¿Película o serie?
Esta es una pregunta bastante complicada.
La serie, por un lado, puede abarcar varios puntos de vista, mostrarte más personajes y profundizar más en ellos y sus historias, ya que su extensión es bastante mayor a la de la película. Además, precisamente por eso, pueden jugar con la intriga capítulo tras capítulo y emocionarte muchas más veces de lo que podría lograrlo la película. 
También está el problema de que, esa extensión puede hacer que la serie, si no se enlaza bien, decaiga y se pierda en interés por ella; o traten de prolongarla más de lo que se estableció en un principio estirando tanto el guión que llegue a romperse.
En las películas, la acción se concentra, y por tanto quizás las cosas se vuelven más intensas y el cerebro en un primer momento puede no sacarle tantas pegas como se le puede sacar a una serie puedes ir analizándola con mayor detenimiento. Pero también, igual que puede que el clímax de la película te haga que no aprecies tanto las pegas; puede tener el efecto contrario y que haga que la rechaces totalmente.

En definitiva, que no podría elegir porque tanto películas como series tienen sus cosas buenas y sus cosas malas y las hay mejores y las hay peores. Como en todo.
Es verdad que, quizás por falta de tiempo, vea más películas que series, por su longitud. Pero eso no quita que si hay una buena serie que merezca la pena, saque el tiempo de donde sea para poder verla.

  • ¿Pizza o hamburguesa con patatas?
Pizza, sin pensármelo dos veces.



Desgraciadamente, no tengo demasiados blogs a los que nominar  porque no conozco demasiados, así que sólo puedo nominar a uno:

Aun así quería hacer una mención especial a los siguientes blogs, que aunque ya han sido nominados se lo merecen:



y ,por supuesto, 
....





viernes, 17 de mayo de 2013

Perséfone

Estos son mis primeros bocetos de la protagonista.
El primero de ellos está hecho con la tableta gráfica (Es la primera vez que la uso y aunque tengo mucho que aprender estoy encantada) y el segundo a bolígrafo.
Poco a poco iré completando esta sección con mas dibujos de escenas y personajes.

          

martes, 14 de mayo de 2013

Prefacio



 Abro los ojos. ¿Dónde estoy? Mi cuerpo  me pesa.
 ¿Cuánto tiempo llevo aquí?  Algo bloquea mis pensamientos, algo que me impide mirar hacia atrás.
Intento averiguar donde estoy. Todo está oscuro, no hay la más mínima luz en la espesa negrura. Con dificultad, extiendo mis manos buscando algo que pueda reconocer. Todo resulta en vano, sólo hay un denso vacío.
Siento frío; me invade una sensación de hastío, me siento desolada y sola, quiero salir de este lugar.
Pienso. “Este lugar”, y automáticamente mi subconsciente me corrige, “Mi lugar”. Me frustro ¿Qué quiere decir? de nuevo, bloqueo. No puedo avanzar más, mi mente pone trabas ¿Qué no debo recordar?¿Qué no debo saber?... ¿Es mi mente la que me ha provocado esto?¿Sólo yo soy la culpable?... me siento confusa; confusa y perdida.
Intento evocar recuerdos lejanos, pero solo hay vacío. Tengo la sensación de que el sitio me es familiar, como si ya hubiese estado ahí antes. De nuevo mi subconsciente genera las mismas palabras, “mi lugar”.
Trato de mantener la cabeza fría. No sé si podré moverme o cuanto tiempo permaneceré en la oscuridad; pero, finalmente, decido dar un paso hacia delante.
Todo ocurre muy deprisa. En cuanto mi pie toca el suelo, una luz ilumina la estancia. Cierro los ojos de golpe, asustada y sorprendida. Poco a poco me voy acostumbrando hasta que logro distinguir lo que hay a mi alrededor.
Ante mí hay un pasillo interminable de paredes blancas donde, esporádicamente, a ambos lados, aparecen varias puertas; todas ellas iguales, de madera y algo anticuadas, con un marco mas oscuro y un pomo algo barroco. Sin embargo no resulta sobrecargado.
Automáticamente, mi mente piensa en las puertas. Sigo mi instinto y me fijo en ellas. No todas transmiten lo mismo. Me frustro, cómo una puerta puede transmitirte algo y más si todas son iguales. Medito sobre ello. Mi parte racional sin duda se niega a creerlo. Pero, aun así yo sé que todas son distintas.
Mis ojos se detienen a observar una de las puertas y, entonces,  un rápido escalofrío recorre mi espalda. Una parte de mí quiere salir huyendo y dar la vuelta. Mi cerebro me grita que debo salir de ahí.
Pero, antes de que mi mente pueda reaccionar, mi cuerpo toma la iniciativa y comienzo a recorrer el pasillo en dirección a las puertas.
Dejo atrás muchas de ellas a medida que avanzo, pero no vacilo ni un momento y continúo caminando.
Tengo la sensación de que pasan horas entre una puerta y otra, cuando, al verlas, parecían realmente cercanas.
En un lugar recóndito de mis pensamientos, surge la idea de si estoy muerta, pero no tengo tiempo de pararme a analizar esa idea porque siento como me acerco a la puerta que temo.
Cómo no podía ser de otra forma, mi cuerpo se para ante ella.
Noto como mis piernas tiemblan; sin duda, ésta es la puerta. Entonces, mi mente se aclara un poco y lo sé; sé el motivo por el que estoy en ese lugar. El motivo es lo que hay al otro lado.
Mi mano se dirige hacia el pomo. Noto como mi mano, desnutrida, huesuda y blanquecina, lo agarra. Está frío y absorbe rápidamente mi calor. Mi mano lo empuja con fuerza, haciéndolo girar. Mi parte racional trata de detenerme, pero yo hace mucho que he dejado el raciocinio atrás.
Me quedo ahí plantada delante de la puerta entreabierta. Parece que mis impulsos han cesado y mi mente debe decidir que hacer.
Abro la puerta con cuidado y me quedo plantada ante lo que me encuentro.
De nuevo, oscuridad. Densa, muy densa. Parece que la oscuridad absorba toda la luz que hay en el pasillo. Parece como si la oscuridad me absorbiese a mí también. Muevo la cabeza tratando de desechar esa idea.
Entre esa compacta penumbra logro distinguir una pequeña llama, de, lo que intuyo, es una vela.
Cuando enfoco bien, me doy cuenta de que hay una serie de puntitos, que representan las mechas de las velas.
Cierro los ojos, y percibo un olor a rosas y a perfume. Los abro, decidida, y me adentro en la habitación; en mis propias tinieblas.
A medida que avanzo las sensaciones van cambiando, sigo la dirección que me marca la primera luz de la vela y noto como el olor a rosas va cambiando hasta que comienza a tornarse a desagradable. Mi mente hila las palabras “putrefacto” y “muerte”. Pero yo ansío más. Necesito saber qué es lo que hay. Sé que sea lo que sea, es mío. Me pertenece.
Me paro en seco. ¿Estoy realmente sola? Trato de calmarme y detenerme a escuchar. Nada parece indicarme que haya alguien- “o algo” indica mi subconsciente- dentro de la estancia. Pese a eso, yo, noto la presencia de algo más. ¿Estaré volviéndome loca? Río con tristeza por lo absurdo de la situación y me sorprendo a mí misma al escuchar mi voz. Parece seca y rota. Intento pensar en como era antes. Antes, hace mucho tiempo,  realmente era distinta. Era…
Comienzan a darme punzadas en la cabeza; noto como se me desencaja el rostro de dolor. Trato de mantenerme firme y pensar en como era antes.
Los pinchazos se hacen más fuertes y acabo de rodillas en el suelo. El bloqueo no me deja avanzar más.
Postro mis  manos sobre mis rodillas y noto como mi pelo cae hacia delante. Sudores fríos recorren mi frente y una lágrima cae directa al suelo.
Ahora todo se ha vuelto negro a mí alrededor.
Otra lágrima cae y mis ojos comienzan a formar un río. Siento que si sigo así acabaré ahogándome en mi propio mar.
¿Voy a acabar así? ¿Será este mi final?
El final.
El final de la hilera de velas, hacia lo que me dirijo. Lo que me pertenece.
Sé que debo levantarme y avanzar. Sé que necesito conocer qué es lo que me depara toda esta travesía.
Mi cuerpo no reacciona, sólo convulsiona.
Parece que ya he llegado a mi límite.
Que este va a ser mi final. Nada podrá encontrarme aquí. Acabaré en esta habitación. Sin ser capaz de seguir adelante.
Noto como la oscuridad se apodera de mi corazón, de mis entrañas, de mis huesos. Noto como la oscuridad me absorbe.
Mi mente lo percibe todo como si fuese un mero espectador de lo que ocurre.
Tras largas convulsiones, mi cuerpo cae al suelo. ¿Estará frío? Ni siquiera lo noto.
Cada vez soy menos consciente de lo que ocurre, finalmente cierro los ojos, y mi cuerpo se pierde con las tinieblas.
Me hago una con ellas.
Mi mente, debilitada deja de luchar. Se siente en paz. He llegado hasta aquí y no puedo seguir. He dado todo lo que podía dar. Antes de perder absolutamente la conciencia, mi subconsciente me dedica unas últimas palabras “Mi lugar”; en mi mente asiento. Soy una con la oscuridad y este es mi lugar.